
Conocer a Emilio y a Laura (ya había ganas) fue un verdadero placer.
Tuvimos la osadía de enfrentarnos al frío en Triana dibujando un rato en Santa Ana, hasta que se nos helaron los deditos...
Luego Laura y yo cominos en una taberna y dibujé a este señor, Manolo Buenaventura, profesor jubilado que al mirar opinó que se reconocía a si mismo en mi retrato (respiré tranquila).